martes, noviembre 10, 2009

La piedra cantará en San Marcos



Presentación del libro de poemas “Balada de la piedra que canta”
(Dragostea, 2009) de Juan Pablo Mejía

Comentan: Sonia Luz Carrillo y Karina Valcárcel.
Jueves 19 de noviembre, 5:30 pm
Universidad de San Marcos (Auditorio Auxiliar de la Facultad de Letras, 2do piso).
Se venderá el libro a S/. 5.00. Brindis de Honor.

INGRESO LIBRE

Mi Bala da

Balada de la piedra que canta. Juan Pablo Mejía, Arequipa, Editorial Dragostea, 2009, 32 pp.


“Balada de la piedra que canta” es una canción al desencanto (amoroso, existencial, urbano), con toques de surrealismo y metaliteratura, con collages y experimentaciones, tal vez por eso sea hasta cierto punto difícil de clasificar en un estilo. Está divida en dos partes, cada una de 9 textos. La primera reflexiona sobre el desamor, en un tono más intimista. En la segunda en cambio, hay una visión que intenta ser totalizadora, existencial, y contemplativa, un yo que habla de lo que le rodea, con un sentido de premonición.


Esta opera prima es un diálogo con sus fuentes: Pizarnik, Wesphalen, Eielson e Hinostroza, principalmente. Poética que apunta a los elementos y al desasosiego, “igual a una ventana abierta/ en dirección al ocaso”, para desenmascarar a esa “realidad inexpugnable”.
(Miguel Ildefonso)

El canto de la piedra enternece. Es la balada de los que esperan tranquilos el impacto de la bala, el tiempo, el clima y la sensación. La melodía nos pinta de acuarela la mente, hace nuestra otras memorias que Juan Pablo comparte, ficcionando o confesando, lo cierto es que en algún momento todo esto nos pertenece e involucra.
(Karina Valcárcel)

“Balada de la piedra que canta”, llega a nosotros como texto y también como huella. Algo que por ser lenguaje carece de aquello que añora y ha perdido; pero que sólo por ser lenguaje, guarda la esperanza de una comunión a través de él, de la completitud del signo que forma el cantor y significa en quien lo lee -por fin- lo único que el lenguaje siempre querrá decir, y que no es sino nuestros vínculos.
(Alberto Salas Oblitas)